No pillaré a nadie desprevenido si digo que vivimos en tiempos de cambio; progreso que nos llevará a según qué futuro u otro. Es un proceso inexorable a la par que incierto; y como en todo, algunos encontrarán en él su utopía hecha sistema y ley. Otros, en cambio, se atreverán a discutir si el paraje que se les ofrece es comparable al armaguedón. Y el cambio es palpable, aunque siempre habrá quien esté anclado al pasado y vea fantasmas de "personajes" -por decirlo de algún modo- que murieron hace cuarenta y dos años. Este cambio es real, y no sólo se hace notar en la diferencia de píxeles que tiene tu móvil comparándolo con el de antaño; este cambio se nota en los detalles cotidianos, ¿y qué hay más cotidiano que la familia, núcleo impenetrable de nuestra sociedad, de nuestro día a día?
La evolución del modelo de familia no es más que uno de los efectos secundarios de algo más de siglo y medio de industrialización, guerras y continentes destruidos. Y ante estas situaciones de insostenibilidad siempre hay quien mete el hocico para sacar beneficio. Y allí estuvo la Iglesia, ya sea apoyada por regímenes pro tradicionales de carácter fascista; así como por países que se abanderaban en nombre de la libertad y la democracia (cuando no siempre fue así) y que rogaban a Dios por su unidad y por que, dado el caso, sus misiles impactaran antes que los de los rojos; ya puestos a pedir. Esta imagen de familia modélica que divulgó la Iglesia se vendió bien. En la susodicha, la familia se rige según los ideales cristianos: una madre y un padre felizmente casados y un par de hijos educados en la fe. Pero como dijo Bob Dylan por aquel entonces y en forma de canción, Los tiempos están cambiando*. Y podemos celebrar que, en este caso, es para mejor. Aunque, a día de hoy, aún queden pequeños posos en forma de monigotes amarillos emitidos a la hora de comer (donde la mujer se queda en casa y el hombre, despreocupado en lo que respecta a los quehaceres del hogar, es el que trabaja); cada día está más aceptado el ver y conocer de cerca otras estructuras de familia. Las imposiciones sociales se han ido diluyendo hasta formar la sociedad heterogénea en la que vivimos y de la que deberíamos sentirnos plenamente orgullosos.
Así pues, en definitiva, con el modelo familiar tradicional -o familia nuclear, ya puestos en materia- en extinción y el sistema interno patriarcal siguiendo el mismo camino, no queda sino seguir peleando por los mismos fines, pues estas batallas nunca terminan. Respetar es (con)vivir, amigos, y todas las familias se sustentan en el amor. Y a ver quién es el valiente que pretende discutirle al amor.
Pues mira que tiene años esa canción y los tiempos aún no han dejado de cambiar. Para mí que esto no para.
ResponderEliminarNi parará, pero de nosotros depende que el cambio sea a mejor.
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