martes, 26 de septiembre de 2017

Sobre familias, metomentodos históricos y cambio.

No pillaré a nadie desprevenido si digo que vivimos en tiempos de cambio; progreso que nos llevará a según qué futuro u otro. Es un proceso inexorable a la par que incierto; y como en todo, algunos encontrarán en él su utopía hecha sistema y ley. Otros, en cambio, se atreverán a discutir si el paraje que se les ofrece es comparable al armaguedón. Y el cambio es palpable, aunque siempre habrá quien esté anclado al pasado y vea fantasmas de "personajes" -por decirlo de algún modo- que murieron hace cuarenta y dos años. Este cambio es real, y no sólo se hace notar en la diferencia de píxeles que tiene tu móvil comparándolo con el de antaño; este cambio se nota en los detalles cotidianos, ¿y qué hay más cotidiano que la familia, núcleo impenetrable de nuestra sociedad, de nuestro día a día?

La evolución del modelo de familia no es más que uno de los efectos secundarios de algo más de siglo y medio de industrialización, guerras y continentes destruidos. Y ante estas situaciones de insostenibilidad siempre hay quien mete el hocico para sacar beneficio. Y allí estuvo la Iglesia, ya sea apoyada por regímenes pro tradicionales de carácter fascista; así como por países que se abanderaban en nombre de la libertad y la democracia (cuando no siempre fue así) y que rogaban a Dios por su unidad y por que, dado el caso, sus misiles impactaran antes que los de los rojos; ya puestos a pedir. Esta imagen de familia modélica que divulgó la Iglesia se vendió bien. En la susodicha, la familia se rige según los ideales cristianos: una madre y un padre felizmente casados y un par de hijos educados en la fe. Pero como dijo Bob Dylan por aquel entonces y en forma de canción, Los tiempos están cambiando*. Y podemos celebrar que, en este caso, es para mejor. Aunque, a día de hoy, aún queden pequeños posos en forma de monigotes amarillos emitidos a la hora de comer (donde la mujer se queda en casa y el hombre, despreocupado en lo que respecta a los quehaceres del hogar, es el que trabaja); cada día está más aceptado el ver y conocer de cerca otras estructuras de familia. Las imposiciones sociales se han ido diluyendo hasta formar la sociedad heterogénea en la que vivimos y de la que deberíamos sentirnos plenamente orgullosos.

Así pues, en definitiva, con el modelo familiar tradicional -o familia nuclear, ya puestos en materia- en extinción y el sistema interno patriarcal siguiendo el mismo camino, no queda sino seguir peleando por los mismos fines, pues estas batallas nunca terminan. Respetar es (con)vivir, amigos, y todas las familias se sustentan en el amor. Y a ver quién es el valiente que pretende discutirle al amor.

*The Times They Are a-Changin'


lunes, 25 de septiembre de 2017

Si George Orwell levantara la cabeza.

No descubro las Américas si afirmo que vivimos en pleno apogeo de la era de la globalización, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Porque también tiene aspectos negativos, vaya lo dicho por delante. Al alcance de un click tenemos más información de la que podamos imaginar; cosa que nos nutre pero no acaba de saciar el imperioso apetito de querer más en menos, sin esperar y en cualquier momento y lugar. "El internet del todo".

Y el ejemplo más clarificador sobre esta sociedad conectada donde las barreras de la privacidad son, cada día que pasa, más oscuras; es el programa Gran Hermano. Las opiniones sobre el reality show son dispares y suelen acabar en una "funesta" guerra civil donde el tuit es metralla y el usuario, guerrillero. Que si estúpido y descerebrado; o por el contrario, aguafiestas e incluso he llegado a leer fascista. Aunque la prostitución de esta palabra es harina de otro costal. Harina que trataré en otra ocasión. Retomando la confrontación, este es el principar problema de nuestro país: gente letrada intentando explicarle a un puñado -muy grande, para desgracia de todos- de individuos con mentalidad de sietemesino que pierden el tiempo con un programa que se sustenta del morbo y con un escaso contenido cultural. Esos seguidores, en su mayoría jóvenes, que se declaran seguidores acérrimos pero que si quiera tienen constancia del libro 1984, de George Orwell, del que el reality show coge prestada la idea.

Y ese es el foco de todo conflicto: ya tenemos suficientes problemas a resolver como para discutir sobre un programa de televisión. Y me incluyo. Nos vuelve indulgentes con los que nos gobiernan, dóciles ante el supuesto cataclismo social que se nos avecina. Porque así es este país, amigos; y citando a cierto escritor de bigote bicolor: "somos del Barcelona o del Madrid, del Pesoe o del Pepé. No somos de trinchera, somos de barricada. En España estás conmigo o contra mí"; y lo demás se hace solo.


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